Pasados los años de la caza nocturna y los treinta mil secuestros silenciosos, los ancianos de Adolfo Bioy Casares que urdían su desesperanza defensa en Diario de la guerra del cerdo pueden volver a caminar sin temor por la ciudad a cualquier hora de la noche: no se conocen aquí los horrores nocturnos de Nueva York, París o Londres (...)
Las apariencias son, en la Argentina, la primera preocupación. Una vez, un general de la dictadura, cansado de encontrar mendigos en las calles de su provincia, lo cargó en un tren y los hizo arrojar a la frontera. Por ahí deben andar, todaví, de camino en camino (...)
En el tiempo de la primera juventud, recuerda Bioy, había tranvías, circos fantásticos y unas misteriosas grutas artificiales adonde acudían amantes y suicidas (...) Gardel estrenaba en la calle Corrientes los tangos que quedaron para siempre, congelados en el tiempo como toda la ciudad. Bioy -como su amigo Borges- detesta la voz de Gardel y prefiere los tangos procaces que iba a escuchar cuando era muchacho con choferes de taxi y porteros de cine (...)
El paisaje fantástico de sus novelas es puro invento de Bioy, una fundación mitológica a irrepetible. Por eso, en alguna parte del paraíso narrativo Bioy se encuentra y se abraza con Roberto Arlt (...) Bioy reconoce una apasionada afinidad con aquél suicida que predijo en sus novelas el desastre argentino.
Soriano, Osvaldo (1996): "Bioy Casares" en Piratas, fantasmas y dinosaurios. Editorial Norma, Buenos Aires.
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